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Hemos llegado a un punto peligroso en esta relación lector-pseudoescritora. Me vais a fundir a hostias metafísicas, lo estoy viendo venir. Pero mi alma viste su cota de malla. I’m ready to fight. 

WARNING! EXABRUPTOS EN CANTIDADES MASIVAS, VOCABULARIO CLARO Y DESDEÑOSO


El amor, enamorarse… cosas que pasan. Tu corazón se desboca en un pataleo incontenible, tu estómago se engulle a sí mismo como si un millón de tornados tuvieran lugar en tu interior, besándote, devorándote los putos intestinos llenos de amor fluctuante. Esa bendita sensación de volar aún sin separar los pies del suelo, esa maldita sensación de querer vomitar tus entrañas. Corazones saliéndote de las orejas, flotando a tu alrededor, cegándote la mirada de la razón, ¡Oh Santa Irracionalidad! hagamos un rito venerando tus artes.

A grosso modo, esto es el amor. Lamentablemente no tengo nada bueno que decir de él aunque aprecio sus cualidades. He tenido la suerte o desgracia de ver cómo se las gasta este bribonzuelo de tres al cuarto, no sólo en mí sino también los estragos que hace en los demás. El amor es bueno, diréis. El amor es la parte más importante de la vida, defenderéis. El amor te mantiene vivo, gritaréis. Bueno, pues sí y no. El amor en general, como concepto universal que no atañe etiquetas del tipo «de pareja», «de amigos», «de familia»… ese es un bálsamo para el alma. 

Los rayos de un sol áspero se cuelan por la ventana, directo a tus ojos claros. Quema, arde, mata. Y junto a un espasmo abres los ojos en una última oración a la Guadaña. Era un sueño. Te desperezas inquieto mientras posas tu mano izquierda sobre el pecho: «Late, vamos bien.» Con el único vestido de tu piel te asomas al balcón y adviertes un cielo despejado con apenas cuatro nubes dibujando pura desidia en blanco. Cierras los ojos y una ráfaga de aire fresco te azota, te tambalea los cimientos del SER. Y amas, amas el momento, el puto cielo azul, las nubes y el viento. Amor puro, amor vital, amor real. Sabes entonces que compondrás una canción, que harás el amor a la guitarra, que amarás de nuevo a las Musas, que rasgarás las cuerdas como rasgas dignidades en un mal día. 

Sin embargo, por norma general hablamos del amor refiriéndonos exclusivamente a las relaciones amatorias. A esa relación hombre-mujer, hombre-hombre, mujer-mujer que nos ata a una sola persona durante quién sabe cuanto tiempo, con quien compartes tu vida en un revés de fortuna y a veces sale bien y te eleva a distancias imposibles pero otras sale mal y tu corazón, disparado a cañonazos, yace en una caja de madera bajo llave por exagerados períodos de tiempo, quizá para siempre. Yo he amado, digamos con franqueza que unas cuántas veces en mi vida. Ninguna salió bien. He hecho mucho el idiota, me he maltratado en pos de cuatro malnacidos por quererles más a ellos que a mí. He sufrido, me he querido morir, he querido matar, he querido contratar a cuatro jodidos matones que les arrancaran las piernas mientras incendiaban su casa. Pues el odio y el amor funcionan de esa manera, diría que apenas se distinguen en la cantidad de pasión depositada en cada uno, el detonante es el orgullo. Cuanto más orgullo más odio. Quien diga que no odia miente. El odio es otra pasión más del alma, existe, nos ronda y a veces nos pica. Sí, odiar está mal. Pero el equilibrio lo reclama como necesario. Todos hemos sido heridos, a todos nos han jodido al menos una vez en nuestra vida de una forma tan magnánima que hemos ideado cien formas diferentes de tortura. Y muchas veces el amor termina en ese punto. El amor mal llevado es enfermedad, es cruento, es lucha de egos. 

Me encuentro muchas veces en mi vida imbuida en conversaciones sobre el amor, sobre la importancia de ser amado, de tener pareja… y bueno, no lo comparto. Entiendo la necesidad, el impulso natural de amar y follar como malditos animales, creando ficticia descendencia, la maravilla del detalle, del regalo, de la caricia. Entiendo. Pero no entiendo la imposición. En esta vida emparejarse es una obligación, un menester. He visto demasiado a menudo esas parejas que se maltratan en público, se insultan, discuten, hacen sentir incómodos a los que los acompañan, se poseen «tú, mi, me, conmigo» no se soportan, pero permanecen. También he visto la infidelidad, el te amo engañoso y la mamada a escondidas. He visto el amor incondicional que acababa en la necesidad de experimentar la vida sobre tus caderas. El amor utilizado vilmente como la cura del corazón roto de uno para destrozar el de su amante después. He visto el vacile con las ex, los te quieros taimados por mentiras chiquitas que acababan en hediondos desastres. El amante obsesivo, poeta decadente anclado en un siglo moribundo, el pretencioso que te quiere muerta antes que en otros brazos. El maltrato físico, el verbal, el no-respeto, la dejadez. Nada de esto es amor. El amor es pasajero, es un concepto inquieto de maleta infinita. Un viajero intermitente. 

Fotografía: Julie Fletcher/Getty

Fotografía: Julie Fletcher/Getty

 

Los hay que en efecto encuentran el equilibrio, pero me doy cuenta de que son aquellos que no trabajan el concepto como posesión, sino como compañerismo. Porque el amor reside principalmente en la amistad y a veces se desboca y acaba en relación amatoria. Pero si no eres amigo, no eres compañero, no prevalece. Es el traslado puerco de los sentimientos de amistad pura, que se expanden y cubren un mayor campo. No todos lo consiguen, algunos no lo harán y vivirán enfrascados en luchas imposibles, en fracasos, envueltos en jirones de triste odio, de repudio, de niños nacidos como pacto, como amarre y como proyecto futuro de enfermera… pero los hay que alcanzarán el éxito, y lo harán bien. 

Por eso cuando me reclaman mi soltería, cuando apelan a ese concepto ebrio de amor desvirtuado me rebelo. No señores, amar a alguien como tal no es imprescindible, es amar en general. Amar el amanecer, la lluvia en invierno, a tus amigos, a tu familia, las notas de una buena canción, el cerrar los ojos y sentir el momento vapuleándote el alma podrida de vivencias, bailar sobre el escenario dejándote la piel, vomitando cada rescoldo de ti. Amar es un concepto mucho más vasto. Yo no amo a un hombre y no sé si lo volveré a hacer pero amo otras muchas cosas, como el «Arte de amar» de mi querido amigo Ovidio…que lejos de hablar de relaciones habla del noble arte del fornicio, de la conquista y de la vida.